jueves, 22 de noviembre de 2007

Sobre el EPJ 142. Por: Juan Pablo González, coordinador



Dentro de la obra de un joven líder, en sus actos siempre predomina la misión apostólica que ello implica, es pues que es preciso estar al servicio del otro y de los hechos alrededor del alcance de los objetivos y el bienestar común. En definitiva todo se relaciona con querer asumir y afrontar grandes responsabilidades hacia su propia vida y hacia la de los demás, tal vez se llegue al punto de abandonar los gustos, sensaciones y situaciones que generan satisfacción y agrado.


Tomar la proa del barco no es un camino fácil ni divertido, tampoco debe representar una carga angustiante o frustrante, no se trata de demostrar cuan “capo” se puede llegar a ser o de calibrar la capacidad de arrastrar gente y alcanzar metas ostentosas fuera del fin común.

El líder es aquel que ama la causa de sus obras y las vive intensamente en comunidad; comunidad a la cual es capaz de armonizar y orientar con el amor de sus actos y sus palabras. Las ideas del líder cuestionan al otro, lo revuelcan, lo incomodan. Logrando en últimas que ese otro encuentre lo que realmente esta buscando en su vida o en el contexto de la causa a lograr. Finalmente, la obra del líder no solo se evalúa por sus resultados; sus lazos con la comunidad, la fraternidad sentida y el aprendizaje de los que están a su alrededor también son factores importantes a considerar.

Este artículo debía ser del EPJ 142, no se me ocurre nada que decir de este encuentro, podría hablar de los asistentes, del equipo promotor o simplemente de las sensaciones que se vivieron en ese momento o en el proceso, podría comentar algo alrededor de la simbología de encuentros, pero probablemente serían las mismas palabras que todos han dicho alguna vez, sin embargo ¡no me nace decir nada de este encuentro!, del cual aprendí mucho, que me revolcó mucho, me fraternizó mucho….

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